noviembre 09, 2007

Pensar que con un solo paso, todo acabaría, todo quedaría atrás. Solo bastaba un paso, tomar la iniciativa, no acobardarse, no mirar hacia atrás. Podía ver sus pies desnudos y debajo de ellos, el vacío, la inmensidad, la esperanza de estar quizás un poco mejor. Es que no podía seguir así, no podía aguantarse esas ganas de querer que todo terminase: solo bastaba un paso, un paso. En su mente no había más que confusión, no había más que caos, no había más que preguntas sin respuestas.

Su vida dependía de ese paso: sus blanquecinas pieles, estaban demacradas, sus ojos reflejaban el fracaso, el odio, la envidia, la tristeza y el dolor, sus manos gastadas de tanto tratar de hacer algo bien, sus brazos y piernas con tajos sangrantes. Ya no le quedaba nada a lo que aferrarse, nada de donde poder sacar las ganas que le faltaban para vivir.

Tomó una gran cantidad de aire, pero no respiraba, el aire entraba débilmente a sus pulmones. Pensó: “¿Qué más da? Ya estoy aquí, ¿quien me extrañará? Yo creo que nadie. ¿Qué más da?”. Nunca escuchó el llanto inaudible que provenía de él, nunca escuchó su corazón.

Respiró a medias de nuevo y dio un paso, y ese paso lo dejó tal como había empezado: Muerto.